Opinión:
El estado, la globalización y la emergencia ambiental

Ricardo Cifuentes Villarroel
Julio 2000 (*)

En el último tiempo diversos foros se han referido al estado, a la globalización y a la emergencia ambiental, colocando el problema más o menos en la siguiente forma: la globalización se ha constituido en la vía abierta para la solución de muchos problemas, entre otros el problema ambiental, en la medida en que a su sombra se pudiera llegar a establecer el monitoreo global del sistema ecológico, dejando de lado las limitaciones del período anterior, entre las que sobresalen una suma de mercados nacionales y de legislaciones soberanas que a la vez que promueven, por razones de interés nacional, la destrucción de las reservas naturales, limitan la racionalización a que llama la globalidad.

Por otra parte más recientemente se suelen hacer toda suerte de llamados y hasta se convienen acuerdos ideológicos entre las potencias más desarrolladas y economías "emergentes" para "darle un rostro humano a la globalización" mediante una mayor intervención estatal.

Este discurso, con sus contradicciones, viene a ser algo sorpresivo, ya que hasta hace muy poco se venía celebrando "el desaparecimiento del estado" al empuje –siempre sostenido como positivo—de la globalización. No hace mucho, en la reunión de la OMC todavía se escuchaban propuestas para terminar allanando las fronteras al libre movimiento de los capitales y de las ganancias a nivel global. En el discurso que promueve ahora una limitación de las soberanias, por razones ecológicas (los estados serían los culpables de la destrucción inmoderada de los recursos) se descubre una coincidencia con los dichos anteriores.

El problema con estos trayectos discursivos es que al parecer no definen claramente los conceptos que echan a rodar. A los estados nacionales se los pone exclusivamente en la situación de entidades negativas desde el punto de vista de la protección ambiental. No se supone que sus legislaciones pudieran—como en los hechos bien recientemente en muchas viene a reconocerse, como resultado de imposiciones sociales—instalar una protección legal de los recursos. Y no tan simplemente estimular su explotación. Es verdad, por otra parte, que en una gran extensión estas estructuras políticas han estado sirviendo a la explotación de los recursos "escasos", muy de acuerdo con una visión bastante compartida del objeto de la economía, tal cual la enseñan los padres del establecimiento ideológico actual en Chicago, en Stanfford , en Yale o en Harvard. Pero en este campo, el estado viene a coincidir simplemente con la protección de los intereses empresariales. Y aquí, es donde nacen las dificultades de este foro, ya que en los últimos años el estado ha sido un instrumento útil en la expansión de los intereses transnacionales hacia el interior de las economías nacionales. Sin el apoyo del estado, de los estados centrales y de los estados de la periferia, las corporaciones no habrían podido establecerse urbi et orbi, y con ellas lo que se llama "la globalización". Para estos fines, al estado se le puso apellido, y se le llamó "estado de competencia". La finalidad del estado de competencia es ofrecer al sistema transnacional las condiciones óptimas, en materia de bajos salarios y de falta de regulaciones ambientales, para la explotación de sus territorios.

Bajo las condiciones actuales, --como son expuestas hace unos dias, por los gobernantes de EEUU, Europa y de algunos países "emergentes como Brasil, Chile y Argentina,-- nos encontramos con la curiosa situación de que los estados estarían solicitándose entre ellos recuperar una actividad social perdida, quizás con fines demagógicos o sospechosos, frente a una globalización que no se quiere definir en sus términos económicos reales, como el poder que es de la corporación dominante. Mientras aquí, nos juntamos para proponer según la agenda limitaciones a las soberanías en nombre de presuntas bondades del sistema globalizante (esto es, el poder de las TNCs). La contradicción es visible y es alarmante por lo que significa en su circulación para la conciencia que deberíamos tener sobre los graves e irreparables efectos de una mala caracterización de los sujetos y sistemas que intervienen en la actual catástrofe ambiental.

Por una parte, no podemos seguir apoyando esa visión ingenua de la globalización en donde no existen Transnacionales, ni tampoco favorecer en la imaginación de la gente la idea de que los estados, asociados como están con el poder corporativo, pudieran ser ellos mismos una herramienta útil de redención social (que pudieran darle rostro humano a la globalización) o instrumento capaz de evitar la catástrofe ecológica (cuando vienen en su historial lejano y reciente demostrando todo lo contrario).

La actual catástrofe ambiental que se sintetiza en el calentamiento del globo, el crecimiento del agujero en el ozono, la destrucción irremediable y a corto plazo de las cadenas tróficas en los océanos y mares, la desforestación y la desertificación aceleradas, tiene responsables más precisos que el vago "factor humano". La aceleración de estos procesos vienen a corresponder con el ascenso más reciente del capitalismo desatado bajo la sombrilla de la "globalización". Que representa formas industriales que movilizan capitales y tecnologías sin ningún paralelo histórico, orientados a buscar la ganancia al costo bien visible de la destrucción de los recursos globales a un plazo muy corto. Por primera vez en la historia nos encontramos atados a un sistema que parece no preocuparse de generaciones futuras, quizás por el hecho de que es un sistema económico afectado por una grave crisis.

Obviamente, los estados dan su mano a las corporaciones para conquistar esas ganancias.

Es el estado brasileño, presidido por el Sr, Cardoso, que hace poco estaba en Berlin hablando de darle "un rostro humano a la globalización", el que ha entregado a su destrucción final a la selva amazónica, camino a privatizarse como todo en ese país, y para el servicio de grandes corporaciones internacionales. ¿Quién puede decir que Chile va a preferir proteger el ambiente a proteger las ganancias de los holdings que se han apoderado de sus riquezas naturales? En Argentina, De la Rua sólo privatiza y su política social es simplemente una expresión del deseo de las transnacionales a través del FMI. Y en Perú, Fujimori se queda otro quinquenio para seguir privatizando lo que quede. Pero privatizar en el continente sudamericano, como en Africa o en Asia, significa entregar los recursos a la rapacidad, a su transformación en tasas crecientes de ganancia. Los de "la tercera via" alzan en este lugar sus vocecitas para proclamar: "nosotros estamos por el éxito desarrollista del capital, pero también por la justicia social en lo que le sobre". Una propuesta sin asideros históricos, sin asideros lógicos, que sólo marca la rendición ante el poder absoluto que,ciego, nos está conduciendo al abismo.

En América Latina nuestros gobiernos, aliados al sistema corporativo globalizante y a las clases empresariales, han tomado al continente y a los mares de entorno como cosa suya, a ser exprimida en lo que valga en dinero al más corto plazo posible. Los gobernantes justifican las privatizaciones y la explotación de poblaciones y recursos, por la responsabilidad que dicen tener en pagar la deuda externa. Pero si se miran las cifras, se descubrirá que cada dia, cada mes y cada año, esa deuda es más grande. Tan grande, con su salida inmisericorde de valor, que ya se ha constituido en un limite a toda posibilidad de desarrollo. Pero está ocurriendo otra situación a paralelas: ya casi todos los "proyectos económicos" producen un crecimiento en materia de fondos en manos de grandes financieras o de mayores corporaciones transnacionales, con lo que todo proyecto de crecimiento interno queda alejado, entre otros, los que pudiera reclamársele a los estados en materia de "protección de recursos naturales". "No tenemos dinero, esa no es la prioridad"—podrá alegar el ministro neoliberal de Hacienda en Chile.

La globalización—como entelequia corporativa-- no es la solución de ningún problema , si es que como problemas colocamos el crecimiento de la pobreza y la creación de la catástrofe ecológica. Al contrario, la globalización ha ido triunfando con un interés invertido en el crecimiento de esa polarización entre pobreza y riqueza –donde un grupo corporativo domina el 80% del producto bruto global. Pero también, y de modo fundamental con un interés enloquecido en la explotación de los recursos naturales hasta el limite de la liquidación del nicho ecológico global.

Por eso, para terminar, es preciso establecer bien claramente cuáles son los sujetos que contaminan, que explotan que empobrecen y que tienen el poder: estos sujetos son las CTNs, los gobiernos centrales coludidos, y la extensa gama de operadores financieros militares y políticos que globalmente les sirven de sostén.

Inevitablemente, al otro lado, y no libres de situaciones contaminantes, pero explotados y empobrecidos, están la mayoría abrumadora de los habitantes del planeta, que aun en medio de su miseria tienen un interés en conquistar mejores condiciones de vida y en liberarse de la opresión. Es inevitable que entre estos dos bloques de interés no pueda haber conciliación. Y que el siglo que recién se abre será colmado de profundos conflictos. Y aqui, inevitablemente todos estamos llamados a encontrar nuestro terreno. Si al lado del egoismo o si al lado de la vida.

En estos conflictos intervendrán las formas de organización social que heredamos y las que hemos ido creando. Y nos parece que asi como se crea el G7, o la OMC, también se pueden crear organizaciones sociales alternativas, y se han estado creando y han sido capaces de manifestarse sobre los problemas del presente, como en Seattle recientemente. De Seattle debemos aprender que hay un espacio muy grande de movilización por encima de los estados, de las clases políticas dirigentes y de las propias estructuras centrales de la Globalización. Son grandes movimientos de opinión los que están naciendo, y serán esas fuerzas las que intervendrán con una capacidad normativa y democrática si queremos pensar que hay todavía quien nos salve. Pero esa intervención de sabios, de masas pobres y hambrientas, de activistas, de obreros, de maestros, de periodistas, de estudiantes, de campesinos, contra enormes máquinas de poder y de destrucción, no es un dia de fiesta: es una revolución lo que viene.

Por último, es bueno que en un foro como este, hayamos tenido la ocasión, en un tiempo plagado por intereses puestos en la semántica, en definir a la globalización, a los estados y sus funciones, a los sujetos que empujan la catástrofe ambiental y social.

(*) Este artículo fue presentado en su versión en inglés al Taller 21 sobre "Determinar el acceso a los recursos naturales", como parte del Dialogo Global 2 organizado por la SID, en Hanover, 1-3 de Julio de 2000. La versión en inglés fue publicada en Bridges, N° 5, 2000).