Celulosa contamina Santuario de la Naturaleza

Fuente: www.lanacion.cl (10/07/05)

El médico que murió denunciando a Celco por contaminación
Huele a peligro
Para sus cercanos, Juan Ramón Silva falleció por emanaciones de la celulosa. Otros aseguran que se lo llevó la tristeza. Luchó incansablemente contra lo que él creía una amenaza latente. Registró más de 400 casos de personas enfermas por la exposición a tóxicos de la empresa del grupo Angelini. Pero no fue escuchado. Hoy, cien de estas fichas médicas son la punta de lanza de una nueva polémica.
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Nacion Domingo
Carla Alonso / Cristián Arriagada


Para los habitantes de San José de la Mariquina, en la X Región, el doctor Juan Ramón Silva fue víctima de su propia investigación sobre contaminación atmosférica. Murió el 31 de diciembre de 2004 por un edema pulmonar agudo que le ocasionó un infarto.

Silva estuvo convencido hasta el final de su existencia que el aire que la gente inhalaba en San José era el responsable de los 418 casos de personas enfermas que asociaban sus padecimientos al mal olor que emitía Celco. Frente a ello -y con el inhalador en el bolsillo-, el doctor se transformó en el salvador de los malogrados pulmones de los habitantes de la zona.

Como el caso de Mariana Valero, profesora de educación diferencial del colegio San José. “Por las mañanas y en la tarde el aire era asqueroso, tenía olor a repollo podrido. Mi hija se ha visto perjudicada por esto. Como sufre de asma tiene que inhalarse cada cuatro horas”.

En aquellos días en que el olor era muy fuerte, la hija de Mariana tenía que estar al interior de la casa. O incluso debía usar mascarilla. Pero aun así se ahogaba. Al comienzo, ella y su esposo pensaban que el mal olor provenía de los alcantarillados. “Pero después bastaba con oler el viento para entenderlo”.

Con el transcurso del tiempo, y con la puesta en marcha de la celulosa en la comuna, los pestilentes olores se hacían cada vez más presentes en el aire. Víctima de esto fue también María Gladys Millar, profesora de ciencias naturales del colegio Padre Luis Beltrán. “Yo nunca había tenido problemas asmáticos, y desde que la planta funciona, mi salud ha empeorado”. Todos los días, Gladys caminaba el trayecto de su casa al colegio, cerca de cinco cuadras, y llegaba conteniendo las náuseas porque el olor era asqueroso. “Yo puedo probar que es el aire, porque a raíz de mis problemas respiratorios me fui al campo de unos familiares, lejos de aquí, a pasar el verano. Mientras estuve allá no tuve ningún problema, no usé inhalador. Pero cuando llegué a San José comenzó todo otra vez”.

Cuadros de cefaleas, vómitos, laringitis y faringitis irritativas, alzas de presión y obstrucción de las vías respiratorias -todos asociados al mal olor- comenzaron a manifestarse masivamente en la población. Este hecho no pasó inadvertido para el fallecido Juan Ramón Silva, un médico de larga trayectoria en San José de la Mariquina.

Él controlaba a la mayoría de las personas que no se atendían en los servicios de salud pública. Así, comenzó a detectar que todos los síntomas se asociaban a la inhalación de tóxicos en el aire. En otras palabras, al mal olor.

El doctor Silva atendió más de 400 casos en su consulta. Y registró 200 fichas clínicas en las que especificó las enfermedades y un mismo foco de contagio: causas ambientales.

LA PRIMERA VÍCTIMA

Según cuenta la gente que lo conoció, Juan Ramón Silva era un hombre obstinado y comprometido con su vocación. Muchos coinciden que luego de su muerte fue despedido como un verdadero héroe. Lo cierto es que todavía está fresco en la memoria de San José aquel multitudinario funeral de enero pasado, en el que despidieron a su querido doctor. La misma persona que atendió por más de 20 años a abuelos, hijos y nietos.

“Mi padre atendió a generaciones enteras de familias de diferentes localidades”, dice Víctor Silva, hijo mayor del fallecido médico. “Repentinamente arribaba mucha gente del campo que jamás había presentado síntomas como los que comenzaron a sentir cuando se instaló la celulosa. Me acuerdo que a la consulta, que era nuestra casa, llegaban cada día varias cajas de inhaladores que él mandaba a pedir para la gente enferma”.

Dentro de los factores que desencadenaron la muerte de Silva se encontraba una cardiopatía de base y el uso de altas dosis de broncodilatadores -salbutamol- con los que se medicaba para controlar sus agudas crisis asmáticas, seriamente agravadas por la contaminación del aire.

Rodrigo Riffo, amigo y colega de Silva, comparte una percepción similar. Pero advierte que si bien Juan Ramón era asmático y tenía una cardiopatía de base, se vio indiscutiblemente afectado por la inhalación de tóxicos en el aire.

“Es cierto que se administraba grandes cantidades de salbutamol para poder respirar -15 veces al día-, lo que lo hizo caer hospitalizado con un cuadro de edema pulmonar un mes antes de que falleciera. Sería irresponsable atribuir la muerte del doctor Silva a la contaminación, pero sin lugar a dudas contribuyó a su deceso”.

Fue su propia enfermedad -explica Víctor- lo que impulsó a su padre a desarrollar una investigación sobre la contaminación del aire en San José, y cómo ésta afectaría la salud de la gente.

PELIGROSAMENTE IGNORADO

Todo se remonta a seis años antes de que Celco proyectara instalar su planta de celulosa en la zona (1998). Silva era concejal de la Municipalidad de San José de la Mariquina y había escuchado de un futuro proyecto que contemplaba la construcción de una planta de Celco próxima a Estación Mariquina.

“Cuando empezaron a correr los rumores de que se instalaría una celulosa en San José, mi padre fue el único que se opuso”, dice Víctor Silva. “Como doctor en medicina familiar, investigó los efectos en la salud humana y el daño medioambiental que producen las plantas de celulosa, y comenzó a difundírselo a la gente, pero nadie le creyó. Incluyendo la misma municipalidad”.

Pero el tiempo le daría la razón. Una vez funcionando la planta, surgió un brote de enfermedades respiratorias que atestaron de pacientes la consulta de Silva. Los casos se agravaron. Llegaron principalmente niños y ancianos con bronquitis obstructiva y asma.

“Esto impulsó a mi papá a tomar acciones por su propia cuenta. Consiguió fichas clínicas con el Ministerio de Salud para hacer un registro de los casos. Llenó más de 200 fichas con los pacientes que trataba. Se las entregó al Servicio de Salud de Valdivia y a la Conama, pero no pasó nada”, recuerda Víctor.

En reiteradas ocasiones, Silva presentó estos antecedentes ante el Concejo Municipal de San José de la Mariquina. Álvaro Soto Belmar, director del Servicio de Salud Municipal de San José, fue testigo de eso.

“Yo estuve en un Concejo Municipal en que él presentó parte de su investigación, donde se exponían cifras sobre el aumento de los quistes nasales, cornetos nasales e inflamaciones de las vías respiratorias. Él lo atribuía a la contaminación atmosférica emitida por la celulosa”.

Según relata Soto, en esa presentación Silva comparó los datos sintomáticos que se presentaron en San José con la situación vivida en Constitución, donde existe otra planta de Celco. “A nivel nacional, aquella ciudad es número uno en enfermedades respiratorias y nosotros estaremos en el segundo lugar. El informe no fue evaluado debidamente por el municipio porque Silva manifestó que lo presentaría ante una instancia superior”, dice Soto.

LUCHA INFRUCTUOSA

En diciembre de 2004, el médico de San José logró presentar sus antecedentes ante la Comisión de Medio Ambiente de la Cámara de Diputados. Ahí expuso varias estadísticas elaboradas en base a las 200 fichas clínicas. Además, mostró otros casos registrados en su consulta que graficaban la situación ambiental a la que era expuesta la población de San José.

Paralelamente, Silva envió las fichas al Servicio de Salud de Valdivia para dar a conocer los cuadros sintomáticos que estaban ocurriendo en San José, que él atribuía a la contaminación aérea de Celco.

En ese entonces, Waldo Gallardo era jefe del Departamento de Higiene Ambiental del Servicio de Salud de Valdivia. Él cuenta que si bien recibieron las fichas, se privilegiaron las notificaciones del consultorio municipal de San José y del hospital Santa Elisa.

“Las fichas que recibimos de Silva no constituyen un informe -sostiene Gallardo. Nosotros fuimos a Mariquina el 15 de julio de 2004, cuando el consultorio nos notificó de un brote sintomático equivalente a 23 pacientes afectados por el mal olor. En aquella oportunidad conversé con el doctor Silva, pero luego constatamos que no había una relación con los eventos ni otro tipo de prueba para determinar si eran legítimos”.

Sobre el paradero de las fichas, Gallardo indica que el Departamento de Epidemiología del Servicio de Salud las tomó y realizó un informe a partir de lo que se había constatado, siendo remitido a la Conama. “Pero insisto: no hay certeza de que las patologías presentadas en las fichas sean producidas por la inhalación de las emanaciones de la celulosa”.

Una afirmación que no deja de ser polémica si se considera que el doctor Rodrigo Riffo, el 5 de abril de 2005, redactó un documento en el que certifica que 100 fichas con sospecha de intoxicación -recopiladas por el doctor Silva- corresponden a pacientes reales, los cuales aún siguen presentando la misma sintomatología, tal como reveló La Nación el viernes pasado (ver documento).

EPIDEMIA DE SAN JOSÉ

De los 200 casos catalogados, la familia Henríquez Loyola tiene un lugar privilegiado. Malamente se transformaron en pacientes regalones del doctor Silva primero, y luego de Riffo, ya que, según consta en los registros, asistían con frecuencia a la consulta.

Los diagnósticos que tanto Silva como Riffo documentaron sobre esta familia eran elocuentes. El padre y los hijos manifestaban tos y vómitos por prolongados períodos -tres meses a lo menos-, además de detectarles pólipos nasales por la presencia de TRS (compuestos de sulfuros reducidos) en el aire.

“A mis hijos les realicé unos exámenes en Valdivia y salió que tenían pólipos nasales, atribuibles al tóxico TRS, que les obstaculizaban sus canales respiratorios. Mi marido tiene que inhalar 10 veces al día salbutamol para poder respirar con normalidad”, dice Cristina Loyola.

El drama que ella y su familia viven se repite cada fin de mes en la posta rural de Los Ciruelos, un pueblo ubicado a cinco kilómetros de la planta de Celco. Blanca Nahuelpan es la enfermera encargada del servicio de atención primaria en la posta. Lleva 32 años trabajando ahí y asegura que nunca sucedió nada igual.

“Aquí se atienden cerca de mil pacientes. De éstos, 130 experimentan a fin de mes problemas respiratorios, como laringitis, bronquitis y crisis de asma, producto de los fuertes olores de la planta”.

Blanca afirma con convicción que los síntomas comenzaron desde que inició sus actividades la celulosa, en febrero del 2004. “El aire se puso insoportable, los niños de la escuela contigua a la posta llegaban a llorar, y a las guaguas había que derivarlas al hospital de San José para tratarlas con oxígeno”.

A pesar de que la mayoría de los pobladores de Los Ciruelos trabajan en la planta, las enfermedades han removido la conciencia de la gente y ahora exigen el cierre definitivo. “Las enfermedades respiratorias se daban sólo en los inviernos y no superaba los 20 casos -dice Nahuelpan-. Ahora, me aterra pensar que se puedan producir cuadros de cáncer en los niños. Si la planta no mejora sus sistemas de emisiones de gases, el futuro que les espera a los pobladores de Los Ciruelos va a ser nefasto”. LND